Las hernias de disco son uno de los diagnósticos más frecuentes cuando alguien presenta dolor lumbar o cervical. A menudo, recibir esta noticia genera miedo: frases como “tengo una hernia” o “me han visto una protusión en la resonancia” suelen asociarse a la idea de un problema grave, crónico e incapacitante.
Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, y a la vez más tranquilizadora, de lo que solemos pensar. Hoy en día sabemos, gracias a la evidencia científica, que la presencia de una hernia de disco no siempre está relacionada con dolor y que, en muchos casos, estas alteraciones forman parte del proceso natural de envejecimiento de la columna.
En este artículo explicaremos qué son las hernias discales, qué tipos existen, cuándo debemos realmente preocuparnos y qué opciones de tratamiento basadas en la evidencia son las más recomendadas. El objetivo es claro: informarte para que entiendas tu diagnóstico sin miedo innecesario y sepas qué pasos dar.

¿Qué es una hernia de disco?
Entre las vértebras de nuestra columna existen discos intervertebrales que actúan como amortiguadores. Cada disco está formado por un anillo fibroso externo y un núcleo gelatinoso interno. Cuando, por diferentes motivos, el material del núcleo se desplaza o sobresale hacia fuera, hablamos de hernia discal.
Este fenómeno no siempre es patológico. De hecho, se han realizado múltiples estudios de imagen en personas sin dolor y se ha encontrado que un alto porcentaje presenta hernias o degeneración discal sin síntomas. Esto significa que tener una hernia no implica necesariamente dolor ni discapacidad.
Una de las claves para desmitificar las hernias es recordar que muchas veces son hallazgos accidentales. Por ejemplo, un estudio clásico publicado en The New England Journal of Medicine mostró que más del 50% de adultos sin dolor lumbar tenían protrusiones o hernias al realizarse una resonancia. Estos datos se han replicado en numerosos trabajos posteriores.
Esto nos enseña que la imagen no siempre coincide con la clínica: el hecho de que la resonancia muestre una hernia no significa que sea la causa de tu dolor actual ni que vayas a tener problemas en el futuro. La columna, como cualquier parte del cuerpo, cambia con los años, y esos cambios no siempre generan síntomas.

Tipos de hernia discal
No todas las hernias son iguales, y entender las diferencias ayuda a quitar dramatismo al diagnóstico:
- Protrusión discal: el núcleo se desplaza pero sigue contenido por el anillo fibroso. Es el hallazgo más común y, en la mayoría de casos, no genera síntomas.
- Extrusión: parte del núcleo atraviesa el anillo fibroso, pero aún mantiene continuidad con el disco.
- Secuestro discal: fragmentos del núcleo quedan libres dentro del canal vertebral, sin conexión con el disco original.

Un dato muy interesante es que las hernias más grandes tienen mayor tasa de reabsorción espontánea. Esto puede sonar contraintuitivo, pero la explicación está en la respuesta inmunológica: cuanto más expuesto queda el material del núcleo al sistema inmune, mayor es la probabilidad de que el cuerpo lo identifique como extraño y lo reabsorba. Por ello, en muchos casos, las hernias grandes terminan reduciéndose sin necesidad de cirugía.
¿Cuándo debe preocuparnos una hernia?
Como hemos visto, la mayoría de hernias no producen síntomas graves. Sin embargo, hay situaciones en las que sí debemos prestar atención:
- Radiculopatías o dolor radicular (como la ciática): ocurre cuando el material discal comprime o inflama directamente una raíz nerviosa. Se caracteriza por dolor irradiado (hacia la pierna en el caso lumbar o hacia el brazo en el caso cervical), acompañado a veces de hormigueo o pérdida de fuerza.

- Déficits neurológicos progresivos: pérdida de fuerza evidente, alteraciones en la sensibilidad o en los reflejos que empeoran con el tiempo.
- Síndrome de la cola de caballo (muy raro): se trata de una urgencia médica caracterizada por pérdida de control de esfínteres, anestesia en la zona perineal y debilidad intensa en ambas piernas. Requiere atención inmediata.
En ausencia de estos signos, la mayoría de hernias discales se pueden manejar de forma conservadora y con un excelente pronóstico.
En este atículo se explica más en detalle todo sobre los diferentes diagnósticos de dolor lumbar.
El papel del ejercicio y la fisioterapia en el tratamiento de la hernia discal
Recibir el diagnóstico de una hernia no debe traducirse en reposo absoluto ni en miedo al movimiento. Todo lo contrario: la evidencia científica actual indica que el ejercicio es la herramienta más eficaz para mejorar la función, reducir el dolor y prevenir recaídas.
El fisioterapeuta puede valorar tu situación de manera individual y recomendar:
- Ejercicio terapéutico adaptado: rutinas específicas que ayudan a mejorar la fuerza, la movilidad y la resistencia de la zona lumbar o cervical.
- Ejercicio aeróbico moderado (caminar, bicicleta, natación): contribuye a reducir el dolor y mejorar el bienestar general.
- Educación en neurociencia del dolor: entender qué significa tu diagnóstico reduce la ansiedad, lo cual impacta positivamente en la recuperación.
- Estrategias de ergonomía y hábitos de vida: aprender a gestionar las cargas del día a día sin miedo excesivo.
El tratamiento pasivo exclusivo (como masajes o electroterapia) tiene un papel limitado. Aunque puede ser útil en fases iniciales para aliviar síntomas, lo realmente determinante es mantener la actividad física y adquirir confianza en el movimiento.
Cirugía: ¿cuándo es necesaria?
La cirugía de hernia discal puede ser efectiva en casos seleccionados, especialmente cuando existe dolor radicular intenso que no mejora con tratamiento conservador tras varios meses, o cuando aparecen déficits neurológicos importantes.
Sin embargo, la gran mayoría de pacientes no necesitan pasar por quirófano. Los estudios comparativos muestran que, a largo plazo, los resultados entre cirugía y tratamiento conservador son muy similares. Por eso, se recomienda agotar siempre primero las opciones no quirúrgicas, salvo que existan signos de alarma.
Mitos frecuentes sobre las hernias de disco
Para terminar, repasemos algunos de los mitos más comunes que aún circulan:
- “Tengo hernia, no puedo hacer deporte.” → Falso. El ejercicio es parte fundamental del tratamiento.
- “La hernia siempre empeora con el tiempo.” → No necesariamente. Muchas se estabilizan o incluso disminuyen.
- “Me han dicho que tengo la espalda como la de una persona de 80 años.” → Los cambios en la columna son normales con la edad; no siempre implican dolor.
- “Si no me opero, estaré mal para siempre.” → Tampoco es cierto. La mayoría de personas mejoran con fisioterapia y ejercicio.
En conclusión,las hernias de disco son un diagnóstico frecuente que genera temor, pero la ciencia nos muestra un panorama mucho más positivo. La mayoría de estas lesiones no provocan dolor, muchas se reabsorben de forma espontánea y el tratamiento conservador centrado en ejercicio es la opción más eficaz y segura.
Informarse correctamente y acudir a un fisioterapeuta de confianza son los pasos clave para manejar una hernia sin miedo y recuperar la calidad de vida.
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Autora: Paula del Toro (Fisioterapeuta)