¿Cuándo acudir al logopeda infantil?
Cuando las disfunciones de la voz, el lenguaje o el habla persisten a los cinco años de edad, es recomendable consultar al especialista.
Es difícil entenderle cuando habla, omite los sonidos de determinadas letras o los sustituye por otros o está afónico con demasiada frecuencia. Estas son algunas de las señales que pueden alertar a los padres de que su hijo padece algún tipo de trastorno del lenguaje, de la voz o del habla. En la mayoría de los casos, estas disfunciones pueden corregirse sin mucha dificultad si se detectan a tiempo y se tratan con el profesional adecuado: el logopeda.
El papel del logopeda
Desde que emiten los primeros balbuceos a los pocos meses de edad, hasta que logran expresarse verbalmente sin ninguna dificultad, los niños desarrollan y construyen la que será su principal herramienta de comunicación: el lenguaje. Sin embargo, no siempre evoluciona de forma adecuada y en la edad en que debe haberse adquirido de forma completa, en torno a los cinco años, se detectan síntomas y evidencias de desajustes o retrasos que necesitan la intervención directa de un especialista para resolverlos.
El logopeda es el profesional que se ocupa del diagnóstico y tratamiento de los trastornos que afectan al lenguaje, la voz y el habla. Su actuación es imprescindible para resolverlos, ya que una intervención a tiempo de estos especialistas permite corregir en la mayoría de los casos, sin demasiada dificultad, las disfunciones más frecuentes.
Principales trastornos del lenguaje oral
Algunos trastornos del lenguaje están asociados a daños cerebrales, lesiones auditivas, déficit intelectual o deficiencias motoras. Por lo tanto, además de la intervención del logopeda, requieren del tratamiento y supervisión por parte de otros profesionales de la salud. En el resto de los casos, son simples trastornos durante el periodo de adquisición del lenguaje y se pueden solucionar con una intervención transitoria.
Estos son los más frecuentes:
Retraso en el desarrollo del lenguaje: el niño registra dificultades en la adquisición del lenguaje oral y tiene dificultad para iniciar y mantener conversaciones, relacionar palabras, ampliar el vocabulario o concordar los distintos elementos de una frase. En general, este trastorno tiene una respuesta rápida y efectiva al tratamiento del logopeda.
Dislalias: la inmadurez del lenguaje provoca que el niño no articule bien las palabras y distorsione los sonidos antes de los 4 o 5 años. Pero en ocasiones, esta disfunción permanece y afecta a la pronunciación específica de determinados sonidos o fonemas, que en algunos casos se omiten y en otros se sustituyen o se alteran. Es habitual con algunas consonantes como la “r”, “s”, “l” o “k” y en algunas sílabas trabadas (“ple”, “tro”, “fra”) o inversas (“des”, “pas”, “tel”). La intervención requiere un tratamiento con ejercicios constantes para trabajar el fonema afectado.
Tartamudez: la disfemia es un trastorno en la fluidez del habla. Se caracteriza por repeticiones frecuentes o prolongaciones de sílabas o palabras que afectan al ritmo del lenguaje. En muchos casos afecta a niños a partir de los dos años, pero tiende a desaparecer antes de los seis años de forma espontánea, a medida que se consolida el lenguaje. Si a partir de esta edad el problema continúa, es necesario intervenir con el especialista.
Trastornos de la voz: el más frecuente entre los niños es la disfonía, que consiste en una alteración significativa en el timbre, tono o intensidad de la voz. En ocasiones, se debe a una lesión orgánica (una inflamación o una quemadura) y se resuelve cuando se supera, pero en otros casos el origen es un mal uso de la voz por exceso de gritos o por falta de tensión muscular, entre otros motivos.
Síntomas y señales de alerta
Algunos de los síntomas o señales percibidos en niños entre 4 y 5 años que alertan sobre posibles dificultades que debe tratar un especialista de la logopedia son:
Habla infantilizada, difícil de comprender por el adulto.
El niño tiene un vocabulario reducido y tiende a utilizar un lenguaje telegráfico, con ausencia de artículos y pronombres.
Abusa de los gestos y la mímica para expresarse.
Omite determinados fonemas que no sabe pronunciar (“amón” por “jamón”, “apato” por “zapato” o “pátano” por “plátano”).
Sustituye unos fonemas por otros que le resultan más fáciles de pronunciar (“tero” por “quiero”, “pezo” por “peso”).
Distorsiona el lenguaje y da lugar a palabras casi ininteligibles.
Repite de forma convulsiva una sílaba o varias durante la emisión de una frase.
Interrumpe el habla por completo y continúa, pasado un tiempo, de forma repentina.
Está ronco con demasiada frecuencia.
Respira con la boca abierta.
Se registran cambios drásticos en su voz